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Lucía Collado

Para algunas ex-reinas y aspirantes a serlo


Para algunas ex-reinas y aspirantes a serlo
LUCIA COLLADO
Quien gana un concurso de belleza para las mentes más sencillas resulta muy obvio -que la muchacha más bonita; para las menos románticas, aquella con apellido sonoro o de familia adinerada; y para las mal pensadas, la que a cambio de la corona se coloca en manos de un “padrino”. Se supone que las primeras tenga la razón, pero la práctica no dejan de poseerla ni las unas ni las otras...y es que ocurre de todo en este tipo de eventos, pero n-i más ni menos que cuando una mujer (o un hombre) quiere alcanzar una posicion privilegiada.
Muchos ojos se clavan sobre las chicas que ganan un certamen, la mayoría de las veces no solo para escudriñar sus defectos y/o deficiencias sino además, para critircarlas echando lodo a su reputación aparte, claro está, de calificarlas de estúpidas.
Los fines de un concurso de belleza no están en discusión, pues sabemos que sus organizadores obtienen los beneficios propios de cualquier negocio, sin que necesariamente las muchachas formen parte del mismo.
La promoción del país envuelto no parece tan ineficaz puesto que hoy día se celebran hasta en los regímenes más desafectos al consumismo y explotación propios del capitalismo; y la proyección de la mujer resulta indudable dentro del marco de lo puramente estético, pero sobre todo del social y depende de ella que en el profesional, de manera definitiva. Es asi, que los resultados pueden ser positivos por que lo malo depende de hasta donde sean capaces de llegar las partes, amen de Ia fatuidad que rodea un concurso de belleza.
Entonces, están por un lado, las intenciones de los organizadores que han de procurar el éxito y prestigio de su empresa, y del otro, las participantes con sus escrúpulos, principios y respeto per si mismas y los suyos (ya que casi siempre pretenden “poner en alto el nombre del país en playas extranjeras”).
Cada vez más, se escuchan opiniones adversas a nuestros concursos de belleza, y que hable la gente por simple presunción o por lo que no escapa a la vista de todos, no mueve a mucha refiexión; lo que Si preocupa es que sea de labios de las propias Misses que salgan comentarios ciertos o no, que las perjudican a ellas más que a nadie, por que aunque cada quien juzga per su condición y su propia experiencia, no necesariamente se ajusta a la realidad de todas y cada una de ellas. Puede también, que algunos detalles se queden cortos, pero come en la vida todo llega hasta el punto de nuestro consentimiento, esta experiencia -un concurso no es más que eso, será agradable y provechosa si se vive con dignidad, trascendiendo a fuerza de la seguridad e inteligencia propias.
Así que este trampolín de flores, cetros y coronas, debe servir para proyectar la personalidad de una mujer que sin dejar de sentirse halagada por sus medidas cuasi perfectas e imagen armónica, sea capaz de reflejar además, su confianza, formación y pensamiento, con la sonrisa amplia y serena, y la mirada iluminada de a quien no le perturban la majestuosidad y el crecimiento ajenos.
Por suerte, hemos tenido buenas y auténticas reinas, y estas permanecen en todas las mentes (ingenuas o maliciosas) porque no surge cuestionamiento alguno de cómo ganaron.
En fin, de un concurso de belleza se pueden decir muchas cosas, una de ellas es que vale la pena si la corona no se te sube a la cabeza y permaneces con los pies sobre a tierra, consciente de que sigues siendo una persona común y corriente.
NA:  Escrito publicado el 23 vde Marzo de 1996, en la página 2 de la revista de variedades La Tarde Alegre, verpertino Ultima Hora.


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