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Lucía Collado

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Lunes, 21 de Mayo del 2001
Edición Interactiva-Año IV - Número 1245
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Apuntes sobre la belleza, por dentro y por fuera Enlaces
Lo esencial es invisible a los ojos’’, Antoine de Saint-Exupery

LUCIA COLLADO

Desde el comienzo de los tiempos tanto la mujer como el hombre han buscado agradar ante los ojos de los demás con su rostro y con su cuerpo. El concepto de belleza ha sido idealizado atendiendo a patrones de perfección diseñados para cada raza. Asimismo, se entremezclan los sentimientos que tienen su razón de ser en la cultura y la educación para poder mirar lo esencial no tan sólo en el físico como en el corazón.
Los griegos fueron los primeros en definir el concepto de belleza y sus ideas de lo bello han perdurado hasta nuestros días. Son muchas las teorías acerca de la belleza con puntos de vista que se enmarcan dentro de líneas filosóficas, románticas, metafísicas y hasta con revelaciones de la verdad de ciertos hechos morales en una forma sensible. Para Platón y Hegel la experiencia estética es una especie de peldaño de la filosofía. Otra visión mas común es la sustentada por artistas y místicos de que la experiencia estética es un vehículo para alcanzar la verdad y que es superior al pensamiento racional o, por lo menos, el único utilizable en asuntos de trascendencia.
Para los románticos el sueño es anterior a la belleza, o más bien, la belleza proviene del sueño. Un concepto de belleza que dominamos todos comúnmente es que bello es todo aquello que agrada a los sentidos. Cabe aquí señalar que aunque las percepciones de los sentidos y las imágenes de la memoria signifiquen alguna realidad precibida -no importa si son o no ilusorias-, ni los datos sensibles ni las imágenes de la memoria poseen ninguna cualidad estética.
Por su lado, Emmanuel Kant definió lo bello como aquello que place universalmente sin tener un conocimiento previo del objeto. Para analizar si significa esto que hay un solo tipo de belleza definitivo sin tocar la belleza de la naturaleza en los paisajes de un valle, una playa, lo expresivo de un atardecer; o las diferentes manifestaciones de arte; solamente mirando hacia la belleza de la raza humana, específicamente en la femenina, me aprovecho de mi condición en la afirmación de que ‘‘si es emoción, intensidad y universalidad lo que buscamos, lo podemos encontrar en una forma abstracta arquetípica de la belleza: la mujer’’.

Diferentes épocas
Podríamos asegurar que Cleopatra que con su belleza (y ambición) forjó un imperio, ¿sería considerada tan bella en nuestra época? ¿Qué pasaría con Sofía Loren, Brigitte Bardot, Claudia Cardinale o Marilyn Monroe, en épocas anteriores? ¿Podrían esas hermosas modelos con su delgadez enfermiza y sus largos cuellos ser consideradas bellas y sublimes en épocas donde la belleza femenina estaba más llena de curvas y carnes? Jamás serían las musas de Goya y Botero.
Existe pues un concepto de belleza en cada época y en cada cultura, pero lo que sí es una constante es que la belleza que nos conmueve a todos y nos eleva hacia lo divino sin importar cuánto difieran o coincidan nuestros conceptos no radica nada más en la apariencia física porque ésta necesariamente tiene que conjugarse con la que viene de adentro, del espíritu.
Así como sabemos que una pobre autoestima y la desdicha opacan los atributos que atraen la mirada de los demás, ya que cuando no nos sentimos bien, no lucimos bien, no importan los accesorios y vestimentas que usemos para reforzar nuestra individualidad y autoconciencia; se ha demostrado que ‘‘El mejor cosmético para la belleza es la felicidad’’, como dijera la Duquesa de Blessington, en torno a la cual gira el personaje central de la película ‘La Belleza de Venus’, de Tonie Marshall, y cuya realización le mereció ser la primera mujer en ganar el premio César (los Oscar del cine francés), a la mejor dirección del año 1999.
También estropea mucho el resplandor de la auténtica belleza tanto una actitud engreída y vanidosa como la pobreza de espíritu. La belleza alcanza su máxima expresión a medida que se transmite con sencillez y humildad, seguridad y confianza, serenidad y armonía (razgos estos válidos para hombres y mujeres, por supuesto).
Muchos seres proyectan el aura puro de la belleza cuando se poseen alma y sentimientos nobles, se dice entonces que son dueños de un carisma especial porque la belleza interna, contrario a la externa, crece con los años y no se marchita si se cuida su crecimiento cuando se busca mejorar cada día complementando la superación cultural con la espiritual. Aprender a aceptarse y encontrarse en su real dimensión con la disposición de siempre, dar lo mejor de sí a los demás con alegría; pero sobre todo practicar el valorar lo que no se ve con los ojos, lo que no se compra pero fluye sin esfuerzo y ofrece bienestar.
‘‘La idea más equivocada sobre la belleza es solo tratar de encontrar lo bello afuera de la persona. Tú tienes que ir al fondo del alma, que es el lugar perfecto para encontrar la belleza’’, esta respuesta de Denise Quiñones, Miss Universo 2001, no solamente le aseguró el cetro, sino que invalida cualquier duda o desacuerdo que se pueda abrigar en torno a su belleza; fruto indiscutible de un espíritu cultivado con el equilibrio y seguridad plena que esta hermosa borinqueña refleja en su personalidad.
Pero para recordar que no impera la necesidad de competir por una corona como única manera de adquirir y proyectar belleza, porque cada mujer puede hacerlo sin los prejuicios de los cánones establecidos con intereses marcados, sin envolverse en el aura frívolo y efímero de los certámenes de belleza, basta recordar el personaje excelentemente logrado que impuso toque de queda frente a millares de televisores en gran parte de América, con la atípica protagonista de ‘Betty la fea’, quien nos mostró no sólo la posibilidad de una transformación para embellecer nuestra imagen, sino lo más importante, que la belleza física no lo es todo para triunfar en la vida y alcanzar nuestros sueños si nos despojamos del miedo que frena y nos encierra en un rincón oscuro, donde la comparación con íconos fabricados a veces revuelcan las toxinas de la inseguridad.
La autora fue reina de belleza, ganadora del título Miss América Latina 1986
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